martes, 28 de marzo de 2017

Diomedes Diaz, Mas alla del idolo

Diomedes Díaz Maestre . Foto: Jaime Hinojosa Daza
Por: Félix Carrillo Hinojosa, mayo de 2009
Cerca de las estribaciones de la Sierra de Nevada , a orillas del río San Francisco, en un lugar humilde de casas de barro, palma y bahareque, conocido como Carrizal, en una noche del 26 de Mayo de 1957, en un torrencial aguacero de rayos y centellas, que le hacían juego a las contracciones de su mamá Elvira Maestre Hinojosa, al tiempo que su papá Rafael Díaz Cataño, no paraba de caminar de un lado a otro, a la espera de una final feliz, fue recibido por la comadrona y abuela “ Pema” Hinojosa, mientras el registro estridente del acordeón tocado por Reginaldo Fragoso, se extendía en los versos del amor amor y le daba el bautizo musical, al tiempo que sus ojitos se abrían en un leve compás musical.


Así se dio inicio a una vida, que desde pequeño se enfrentó a las actividades más disímiles y que lo convirtieron, en experto tejedor de mochilas, pastoreador de chivos y ovejas y pajareador de maíz. Él recorría a toda hora, los caseríos de Potrerito, Patillal, Curazao, la Peña y la Junta, en donde no tuvo tiempo de vivir su infancia porque el trabajo le marcó su destino.
Mientras caminaba todo ese territorio que consideraba suyo, metía en su mochila de varios colores, esos versos que le componía a todo. Nada escapaba a su fantasía. El perro, el gato, el cerdo y los hechos cotidianos de su arduo quehacer, lo convirtieron en un versificador con melodía propia, para cantarle a los montes y a su mundo:
“Yo llegué de Carrizal
Porque me buscó Teodoro
pa que viniera a espantar
Perico, cotorra y loro “
Después de vivir hasta los nueve años en el Caserío de La Peña, se va en compañía de su familia para Villanueva –La Guajira-, en busca de un mejor bienestar. En ese lugar se reafirmó lo musical que traía por dentro. La timidez, el chupar dedo y lo callado, que lo ponían en otro planeta, fueron expresiones que dejó a un lado.
Allí le tocó acompañar por la noche a su mamá Elvira Maestre Hinojosa en la venta de fritos, que tenía cerca al teatro Lux. Mientras vendía las empanadas, se hacía en una esquina del teatro, para escuchar la música mexicana de Antonio Aguilar. O esperar que las películas de Mario Moreno “Cantinflas“ fueran exhibidas.
Con esos dos ídolos creció su mundo artístico al tiempo que en el día recolectaba algodón, actividad que alternaba con la venta de carbón al lado de su hermana Gloria.
Esas duras faenas se incrementaron frente a las vividas en la finca de los Olivella, donde ordeñaba, enrejaba y cortaba leña. Esto no le impidió al jovencito Diomedes recibir del profesor Rafael Antonio Amaya, una beca que le permitió estudiar en el Colegio Santo Tomás.
Esto revolucionó su espíritu y lo convirtió en un muchacho travieso, que lo hacia estar montado en los palos de mango, de los grandes patios de las casas vecinas. En uno de ellos, fue golpeado en un ojo por un compañero que tiró una piedra para tumbar una maceta de mango, lo que le originó una perdida importante de su visibilidad.
Pero él traía una manera distinta de encarar la vida. Su trato respetuoso y esa manera especial de caerle bien a la gente, lo hizo meterse en el mundo de los Arhuacos, Arzarios y Coguis. Ellos le tomaron confianza y no era raro ver al comerciante Diomedes llevarles a la Sierra, panela y rón y él, bajar con sus bultos de Café. El experto comprador se paseaba como pedro por su casa. Allí metido en una hamaca, tocaba guacharaca e improvisaba versos que aún hoy, retumban por esos rincones indígenas:
“Vengo comprando el café
Que hay por toda la región
Y hasta lo cambio por rón,
Pero casi no se ve”
Así conoció a “ Meche”, mujer indígena que curaba la más rara enfermedad y a través de la mano, hablaba del pasado y señalaba, el presente y el futuro. Allí también encontró a Martina Sarmiento, un amor libre que le dio a su primera hija. Esto no lo detuvo. Siguió en busca de mejores alternativas, una de ellas, la educación. Se marchó a Valledupar y llegó a la casa de Olga Gutiérrez Hinojosa, en el barrio Cañaguate. Se matriculó en 1972, en la Concentración San Joaquín donde hizo quinto de primaría en el día y primero de bachillerato de noche, en la Escuela Industrial. Participó en su representación, en la quinta semana cultural, organizada por Conalop, donde actuaron alrededor de 38 nacientes cantantes, entre ellos, Jorge Quiróz, Adalberto Ariño, Armando Moscote, Diomedes Díaz y Rafael Orozco, éste último, a la postre ganador. En Radio Guatapurí laboró como mensajero sin saber conducir bicicleta. Luego estudió hasta cuarto de bachillerato, sin terminarlo, en la jornada nocturna, en el Colegio Nacional Loperena.
Luciano Poveda Olivella y Jorge Quiróz en 1975, fueron los primeros que le grabaron en discos Fuentes, las canciones “La Negra” y “El Cantor Campesino”. Mientras viajaba de Valledupar a la Junta en el carro de Arturo Araujo, repasaba sus primeros versos hechos a “Elida”, una mujer de ese pueblo guajiro, que marcó en él un profundo arraigo y que lo enrutó a la postre, a las más determinantes expresiones amorosas para una jovencita de color canela y ojos vivos, que se apostaba en una ventana marroncita. Esa musa consolidó al prospecto de cantor, que bajo el inspirador digiteo de su tío Martín Maestre Hinojosa, ganaba espacio en un ambiente hostil para su nueva propuesta amorosa y cantoril. De igual manera quedaban los recuerdos en el grupo musical “Los Alegres de Badillo”, donde compartió con Bolívar Urrutia y Gonzalo Zabaleta, sus primeros sueños frente a la música, sin olvidar los rebrujes de guacharaca que en más de una ocasión le tocó exponer, bajo el canto sonoro y el acordeón campesino de Vicente Munive, que avivaron las parrandas en la Mina, Chemesquemena y cuanto caserío se atravesara.
El jovencito Diomedes sacaba tiempo para todo. Todas las tardes se acercaba al Loperena, para hacer sonar en una grabadora pequeña, a través de su voz y el acordeón de Martín Maestre Hinojosa, su más reciente canción. Vestido con un pantalón de poliéster rojo, unas gafas verdes y unas guaireñas, esperaba el beneplácito de quienes nos hacíamos en ese lugar, para hablar de lo más reciente que en materia de música vallenata se daba. Así escuchamos su canción “ El Hijo Agradecido”, un paseo que inscribimos junto a Julio Díaz Martínez, ya fallecido, en el concurso de la canción inédita del Festival de la Leyenda Vallenata.
Él viajó a la Junta y para hacerle saber que había clasificado, le hicimos llegar un aviso a través de Radio Guatapurí. Para venirse, tuvo que recoger en una finca, un saco de limones y naranjas, las que vendió para poder pagarle el pasaje a Arturo Araujo. Lo demás fue historia. Con la única fuerza de su voz y la de unos versos agradecidos por la crianza brindada, el jovencito Diomedes de escasos 18 años cumplidos, le ganaba a los reconocidos compositores del vallenato y se situaba en un tercer lugar, junto a Alonso Fernández Oñate-fallecido- y Sergio Moya Molina.
“En el mundo no he hallado un obsequio material
para pagar a mi padre y a mi madre
Al instante recuerdo y siento ganas de llorar
Al pensar aquellos tiempos que lucharon para criarme “
Este ingrediente sumado a la grabación que había hecho Rafael Orozco y Emilio Oviedo del paseo “Cariñito de mi Vida”, de gran audiencia en las emisoras de0 radio del Cesar y la Guajira, marcaron la fuerza necesaria para acercarnos a Rafael Mejía, director artístico de Codiscos, que estaba alojado en el Hotel Sicarare. El material no fue de buen recibo por parte de él, que llegó a decir, “ que más cantaba un pollo al horno que Diomedes”.
Esto nos bajó la moral, que fue restablecida por la ayuda oportuna de Andrés Gil “El Turco”, Emilio Oviedo, Antonio del Villar, personas
Cercanas a esa compañía discográfica y Alonso Fernández Oñate, rey de la canción, quienes sugirieron a Náfer Durán Díaz como compañero, por ser en ese momento, rey del festival en 1976. Atrás quedaban las eternas prácticas con los reyes Alberto Pacheco y Julio de la Ossa, ya fallecidos, quienes nunca se atrevieron a decirle que no les gustaba su voz por chillona y desafinada.
O cuando fue sacado de malas maneras, de una parranda en el barrio San Joaquin, amenizada por Ciro Mesa Reales, en ese momento el prospecto más sobresaliente del acordeón. Todo eso le tocó vivir al jovencito Diomedes para mostrar su talento.
Luego, todo se convirtió en historia. Sus canciones empezaron a ser cantadas por las voces y acordeones de un Jorge Oñate, Nicolás Mendoza, Alfonso y Emiliano Zuleta Díaz, Elías Rosado y los Hermanos Meriño, Carlos Lleras Araujo, “Chema” Ramos y Alberto Muegues. Pero faltaba más. El jovencito Diomedes les tenía preparada una sorpresa. Hizo un viaje a una ciudad que no conocía, para que su voz expresara todo eso que tenía guardado. Allí solo como siempre, con la ayuda brindada por Julio Morillo, “Maño” Torres, Virgilio Barrera, entre otros, se enfrentó a un mundo raro para él, el de las grabaciones. Esa noche, más por la emoción que por el licor ingerido, la intoxicación se hizo presente y un hospital de Medellín recibió al cantautor. Con todos esos inconvenientes a cuestas, regresó con la convicción del deber cumplido. Al mes, junto a Náfer Durán Díaz Codiscos hizo circular un larga duración que ponía a consideración del mercado regional, una nueva voz vallenata.
La crítica se hizo sentir, en donde le auguraban poca vida artística. De ello, era consciente el jovencito Diomedes que con 19 años a cuesta, empezó a mirar más allá de esa producción. A todos les pedía ayuda, para corregir lo malo que había en su disco. Pese a todo y contra esos pronósticos que hicieron los agoreros de turno, “El Chanchullito”, un paseo del cantautor, se metió en el gusto popular y se constituyó en el primer éxito expuesto por su voz.
Los Hermanos López conocían de las inquietudes del jovencito Diomedes. En más de una ocasión, visitó a la Paz- Cesar-, para llevarles canciones cuando estos formaban junto a Jorge 0ñate, el grupo musical más sólido y representativo del vallenato. O cuando los mismos, se separaron del famoso cantor y se unieron a Fredy Peralta. En esos dos tiempos, sus canciones se hicieron presente, pese a la fuerza de su melodía no logró su objetivo, al final, se enfrentó a su trabajo de utilero, que alternaba cuidando casas. Mientras subía y bajaba las columnas y organizaba los instrumentos, aprovechaba las pocas oportunidades que le brindaban en el acordeón de Elberto López Gutiérrez, al final de las casetas. Para asombro del cantante y su acordeonero, el público se arremolinaba en mayor proporción que a sus líderes.
Al separarse Elberto López de “Poncho” Pérez, Gabriel Muñoz Cuartas, recién ascendido a ejecutivo de artistas y repertorios, empezó a tener conocimiento sobre su vida, cuando los hermanos López producen su segundo disco al lado de Fredy Peralta, donde le graban el paseo “Mi Dolor de Cabeza”.
Diomedes para firmar el contrato de la obra, le solicitó en contraprestación un pasaje aéreo ida y regreso Valledupar-Bogotá.
Luego, todo es historia. Vinieron los acordeones de Elberto López Gutiérrez, Juan Humberto Roís Zúñiga, Nicolás Elías Mendoza Daza, Gonzalo Arturo Molina Mejía, Iván Zuleta Barros, Franco Argüelles, Emiliano Zuleta Díaz, Omar Géles Suárez, Juan Mario de la Espriella y en la actualidad Alvaro López Carrillo, para que cada uno a su manera, posicionaron la poesía y el canto del personaje, que logró agrupar a tantas generaciones, que lo llevaron a la cúspide más alta que cantautor alguno haya alcanzado. Por eso no se cansa de cantarle a su gente y pedirle a través de un verso a la “Trinitaria sonrojadas de rebeldía no dejen que éste folklore se muera”, le cubra y proyecte sus sentimientos a otros pueblos.
Todo lo volvió historia y sobre ella, muchas situaciones han construido. El amor y el desamor, la esperanza y desesperanza, la gloria y el infierno, la compañía y la soledad, la riqueza y la pobreza. Pese a todo ello, su imagen sobresale y más su talento. Todo ello, se enfrenta al interrogante del momento. Qué será de su futuro artístico y ante todo, el humano. Cuáles serán las personas que orientarán lo artístico, social y económico del famoso cantautor. Y ahí es donde sé, aparecerá su talento natural para consolidar de una vez por todas, que tendremos cantautor por muchos años.
A lo lejos se oye, el eco de una multitud que recibe un verso de parte del cantautor, que sonríe y levanta sus manos en una oración musical, que a todos nos agrada.
“El día que se acabe mi vida, les dejo mi canto y mi fama”
 Félix Carrillo Hinojosa

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