jueves, 23 de marzo de 2017

Tía Ñuñe, la santa no canonizada de los Acosta

María Nurys Acosta Mendoza, tía Ñuñe
Por John Acosta

Doblábamos la esquina que queda cerca de la casa de tía Ñuñe, cuando mi papá lanzó la expresión que yo siempre había sentido, desde muchos años atrás, en lo más profundo de mi alma: “Esa mujer es un ángel de Dios”, dijo. Se refería a su hermana María Nurys Acosta Mendoza, por supuesto, que acabábamos de dejar en la puerta de la calle de su casa, adonde salió a despedirnos. Eso hace más de 30 años, poco antes de que mi padre falleciera. Y hoy sé que esa misma impresión la tenían mis otros tíos; incluso, tío Néstor, que falleció hace poco, me dijo en un paseo que estuvimos en el municipio de Manaure: “Esa mujer era una Santa en vida”, mientras me mostraba la casa donde vivió tía Ñuñe con su esposo.

A propósito de este texto, llamé a tío Jose (así, sin tilde en la e, como llamamos en el Caribe colombiano a los José) a su celular y le pedí que me describiera a tía Ñuñe, su hermana: “un alma bendita de Dios. Pura abnegación. Dedicada a su hogar”, me dijo. También llamé al menor de todos, tío Jorge: “era la más noble de mis hermanas, un mujer callada, recta, era puro sentimiento”. No podía dejar de marcarle al único profesional de todos ellos, tío Fano, ingeniero agrónomo: “era una mujer virtuosa, muy dedicada a su hogar, que amaba su vida, prudente, sufrida. Valiente para afrontar las duras embestidas del destino, las contingencias de la vida. Era, prácticamente, una santa”. Tío Ito es el callado de todos ellos: reservado, tímido, fue el único que se quedó en La Junta, el pueblo natal y no salió a buscar una mejor vida en otros lugares. Cuando le hice la misma petición por teléfono, no vaciló un instante en responder: “era una mujer buenísima, calmada. Una mujer de su casa. Sí, claro, era una santa”.

Su viaje de no regreso a Codazzi

Tía Ñuñe y tía Vila, en medio de sus hermanas mellas: María Esther (tía Tey),
de bluza verde, y María Elisa (tía Mary)
Tía Ñuñe nació en La Junta el 23 de diciembre de 1938, un año después que su hermana Elvira Mercedes, tía Vila. Ambas estudiaron en la escuela rural del pueblo. Y ambas llegaron a Codazzi, en el vecino departamento del Cesar (sin tilde en la e, como llamamos en el Caribe colombiano a los César), cuando Nicolás Acosta,  el hermano mayor de Luis Miguel, mi abuelo, decidió marcharse de La Junta con su familia. Era un viaje de retorno para las dos sobrinas del tío Colá, pues ellas solo los acompañaron en la mudanza. Tía Ñuñe tenía, entonces, 19 años y tía Vila, 20.

Tío Colá había nacido en 1907, también en La Junta, y su hermano Luis Miguel, El Tone, como le decían a mi abuelo, nació en 1912.  Cuando las jóvenes Vila y Ñuñe creyeron que ya debían emprender el viaje de regreso a su natal La Junta, el tío Colá les dijo que ni lo pensaran, que ellas se quedarían en su casa, como si fueran sus hijas: no las dejó ir más. Les consiguió trabajo en el floreciente Codazzi de la época, a tía Vila en una droguería  y a tía Ñuñe en un almacén. Ahí en Codazzi murió tía Ñuñe, el 19 de marzo de 2012, día de mi cumpleaños, de una larga y penosa enfermedad que la fue consumiendo poco a poco.

Tía Ñuñe, tía Vila y mi prima Mariela, hija de tía Vila
El almacén donde trabajó tía Ñuñe se llamaba El gran baratillo. Y su propietario era un tolimense liberal que había llegado a Codazzi, vendiendo baratijas en la calle hasta que pudo ahorrar para montar su propio negocio. Se llamaba Querubín Duarte, un hombre de carácter fuerte, que sucumbió ante los encantos de su empleada recién llegada. Por supuesto, como sus intenciones eran serias, fue a pedir la mano de tía Ñuñe al tío Colá.

El tío Colá no permitió que tía Ñuñe volviera al almacén. “Si vuelve a pisar esa casa será como mujer casada”, le dijo. Hizo que Querubín viajara hasta su tierra natal, Armero, el mismo municipio que el volcán Nevado del Ruiz desapareciera de la faz de la tierra el trágico 13 de noviembre de 1985, dejando más de 25 mil muertos.

Su matrimonio y su periplo

Querubín regresó a Codazzi con lo que el tío Colá le exigió: un certificado de soltería expedido por la curia del municipio y todos los papeles eclesiásticos necesarios para contraer matrimonio. Tía Ñuñe se casó al año siguiente que lo hiciera su hermana mayor, mi tía Vila. Haciendo honor a su vida de andariego, Querubín se llevó su almacén al municipio ribereño de El Banco, en el vecino departamento del Magdalena, que queda a orillas del gran río que atraviesa a Colombia, de sur a norte y que tiene el mismo nombre del departamento.

Querubín y tía Ñuñe
Allá fue a dar tía Ñuñe, obediente y silenciosa, lejos de su familia. Allá nacieron sus tres hijos mayores, mis primos Bertha, Omar y Nolberto, el gran Beto. Y allá fueron a vivir con ellos dos de los hermanos de tía Ñuñe: tío Miguel, a quien no alcancé a conocer porque lo mataron en Casacará de un tacazo de billar en la cabeza, y tío Néstor. Una creciente inesperada del gran río les inundó el almacén. Querubín se trasladó con su familia al municipio de Manaure, en el departamento del Cesar, a empezar de nuevo con otro almacén. Allí nacieron dos de sus hijos, mis primos Rosmery y Rubén Darío. Tío Miguel y tío Néstor se fueron a vivir a la población de Casacará, donde montaron una droguería y tienda de abarrotes.

Tampoco quiso su espíritu de trotamundo que Querubín se quedara en Manaure y se fue a vivir con su familia a la población de Sabanas de Novillo, también en el Cesar. Allá les nació mi primo Álex Alfonso, un 13 de marzo, seis días antes de que naciera yo en Casacará. Beto y Álex fueron llevados a La Junta, a que los criara mi abuela Aura Elisa, la vieja Aba, a donde también me llevó mi padre para el mismo propósito: a que la vieja Aba me diera el cariño de madre: Beto y Álex son mis hermano de crianza.

El Mono, hijo menor de tía Nuñe; Laura (de bluza roja), hija de tía Vila; tía 
Ñuñe; Aura del Carmen, hija de tío Néstor; tío Néstor; Aura Elisa, la vieja
Aba, mi abuela, mi madre; Ricardo, hijo de tía Vila; y Leandra, hija menor
de tía Ñuñe, cargando a Katya, la hija mayor de Rosmery
Querubín, tía Ñuñe y sus hijos regresaron a vivir a Codazzi con las finanzas menguadas por tantos trasteos sin planificación. Ahí nacieron mis primas Rosaura y Leandra y, algunos años después, José Luis y Querubín Armando, El Mono. Los primeros recuerdos que tengo de tía Ñuñe y Querubín son cuando iban a pasar vacaciones a La Junta, con la romería de primos. A Querubín lo recuerdo como un hombre serio, que se paraba en el sardinel del patio, con sus gafas oscuras y su pantalón remilgado hasta la barriga prominente.

La abnegación, su virtud

Después, cuando viajo a mi natal Casacará a realizar mis estudios de bachillerato porque en La Junta todavía no había colegio de secundaria, empiezo a ser testigo de cerca de la abnegación de tía Ñuñe: su silencio y determinación con que enfrentaba las duras pruebas de su destino. Ya no tenían almacén y Querubín se rebuscaba la vida con un campero que tenía de taxi en Codazzi. No quiero ni siquiera imaginar ahora las peripecias que hacía tía Ñuñe para hacer rendir el escaso presupuesto con que debía mantener a esa tropa tan grande.


Tía Ñuñe, mi prima Leandra y sus hijas
Lo cierto es que nunca faltaron las tres comidas en su casa. Querubín se enfermó del corazón y los dos hombres mayores que vivían en la casa, Omar y Rubén se turnaban el carro para hacer carreras. El carro lo vendieron a tío Jorge, el menor de los hermanos de tía Ñuñe. Omar trabajó de cajero en un banco hasta que cerraron la sucursal de Codazzi y, entonces, se fue a manejar el campero que compró mi papá para ponerlo de taxi. Rubén se fue a vivir a Casacará con una casacareña. Bertha se casó con un sobrino del esposo de tía Vila y se llevó a vivir con ella a Rosaura, una de sus hermanas menores. Rosmery se casó con un cuñado de tío Jose. Con tía Ñuñe solo quedaban Omar, Leandra y los dos varones menores. Tío Néstor había sacado a Beto de La Junta y se lo había llevado a que le administrara la droguería en Casacará. Álex siguió su bachillerato en La Junta, donde ya habían construido el colegio.


Tía Nuñe y sus diez hijos, en el orden de su nacimiento: Bertha, Omar, Nolberto (Beto), Rubén Darío, Rosmery, Álex, Rosaura, Leandra, José Luis y Querubín Armando (El Mono).
Mi prima Bertha terminó en una convulsionada separación con su esposo. Mi prima Rosaura salió embarazada de un cuñado de Bertha. A mi prima Leandra la embarazó un sobrino de la esposa de mi padre. Ninguno de los dos responsables de los embarazos de mis primas se casó ni convivió con ellas, que era como en la época se reparaba a lo que entonces se consideraba una afrenta contra el honor familiar. Rosmery y Rubén también tuvieron separaciones crispadas.


Tía Nuñe, Beto (rescostado detrás), Aracelys (mi señora) y yo
Todos esos hechos los enfrentó tía Ñuñe con su entereza y gallardía, en silencio, ocultándoselo a Querubín para evitar que la ira por cualquiera de estos sucesos hiciera morir a su marido de un infarto fulminante. Querubín murió después, cuando hubo de hacerlo, pero no precipitado por ningún traumatismo familiar. Omar se casó y Beto encontró trabajo en una droguería en Codazzi y se fue a vivir con su mamá para suplir en la casa la falta de entrada de Omar.

Recuerdo que Querubín Armando, el hijo menor de tía Ñuñe, miraba mucho un programa de televisión, que realizaban en Colombia para lavarle la imagen al Ejército Nacional: “Hombres de Honor”, se llamaba: terminó enrolado en las filas del Ejército como soldado en zona roja de combates guerrilleros. Tampoco aquí escuchamos una sola queja de ella, a pesar de que todos sabíamos que sufría en silencio por el temor constante de que ocurriera lo peor.

Sufrimiento hasta en las buenas

En primer plano, Arelys, la esposa de Beto; tía Ñuñe; Beto y, al fondo, Norelys,
la esposa de Omar
Rosmery y Rubén rehicieron sus vidas al lado de nuevas parejas que los llenan. Leandra también encontró un hombre que la valoró y ya, incluso, ella terminó su ansiada carrera de sicología. Bertha siempre encontró trabajos que la satisfacían y sus hijos varones tienen buenos empleos. El hijo de Rosaura es un médico eficiente que se graduó con honores en una de las mejores universidades públicas del país. Beto también se casó, administró dos sedes en Codazzi de cadenas de droguerías nacionales hasta que decidió retirarse para montar su propia droguería, en donde le va muy bien. Omar tiene su propio taxi con el que les ha dado educación a  sus dos hijos. José Luis se casó con una profesora y consigue trabajos esporádicos en los que le va excelente. Querubín Armando, El Mono, trabaja hace años como operador de equipo pesado con una multinacional minera. Y Álex, el más parecido físicamente a su padre, tiene cerca de tres décadas laborando en el colegio de su padrino, uno de los mejores de Valledupar, la capital de Cesar.

Beto y tía Ñuñe, cuando el ELA empezaba hacer estragos en su cuerpo
Todo parecía ir bien ya para tía Ñuñe. Hasta que notamos que se le iba la voz cuando hablaba. Pensamos que era una gripa pasajera. Cada vez, se le dificultaba más pronunciar palabras; no obstante, ella misma nos facilitaba la vida cuando se burlaba de sí misma a carcajadas porque nos dimos cuenta que no se le entendía nada. La llevaron a varios especialistas en varias ciudades del país: Barranquilla, Bogotá, Medellín. Hasta que lo supimos: tenía ELA (Esclerosis lateral amiotrófica), una enfermedad neurodegenerativa progresiva que afecta a las neuronas del cerebro y la médula espinal, que dejan de funcionar y, por lo tanto, de enviar mensajes a los músculos, ocasionando debilitamiento muscular e incapacidad de movimiento en varias articulaciones.

Tía Ñuñe murió el día de mi cumpleaños: 19 de marzo de 2012. Era un ser completamente sin movimiento, pero con plenas condiciones mentales: fue testigo de su paulatino y drástico deterioro físico, pero siempre nos sonreía cuando la visitábamos. Leandra la tuvo en su casa y su esposo era quien la cuidaba. La tarde de su sepelio, cuando íbamos llegando al cementerio, se me acercó tía Mary y me preguntó si yo iba a decir unas palabras antes de que la sepultaran: no tengo cerebro para esos momentos de profunda tristeza. Estaba en deuda con la santa de nuestra familia. Sé que tenemos ese ángel en el cielo.

Por John Acosta


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